Discurso y alteridad: dos viajeros europeos en la Argentina decimonónica


Dr. Mario Sebastián Román
Facultad de Ciencias de la Educación
Universidad Nacional de Entre Ríos

Ponencia presentada en el
V Coloquio de Investigadores en Estudios del Discurso
II Jornadas Internacionales de Discurso e Interdisciplina
Villa María, 24, 25 y 26 de agosto de 2011
ISBN: 978-987-1330-63-8

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Introducción

El análisis de los procesos de producción de sentido que regulan la Historia de la Cultura Escrita nos sitúa en una reflexión que invita a la puesta en diálogo entre el campo de los Estudios semiótico-discursivos, la Historia Cultural y la emergencia de las producciones textuales, lo que habilita interpretaciones posibles sobre la economía semiótica que en los anteriores campos despliega el “orden de los libros” (Chartier, 1994).
Nos situamos frente a un orden producto y productor de discursos de viajeros europeos que se materializaron en numerosos volúmenes publicados a lo largo de todo el siglo XIX y que ocuparon un segmento relevante en el mercado editorial, en ambas costas del Atlántico.
Durante el siglo XIX, este “orden de los libros” reservó un anaquel privilegiado para los “relatos de viaje”, o mejor, para lo que nosotros denominamos los “discursos de (en) viaje” (Román, 2010), categoría que nos permite atender a una diversidad de géneros discursivos que tienen como condiciones de producción la experiencia del viaje, más allá de su finalidad, pero atendiendo al enclave institucional que les da marco. Son discursos que, cobrando materialidad en el objeto libro, “el primero de los grandes medios modernos de comunicación” (Williams, 1974), constituyen puntos nodales en la historia de la cultura escrita, tanto de la producción, circulación y reconocimiento de las representaciones del pasado y del espacio, y de los sujetos (en otras palabras, de la alteridad) que habitan, configuran y son configurados por ese orden del discurso (Foucault, 1992).

Dadas la complejidad de la cuestión y las constricciones de la extensión estipulada, focalizaremos en la construcción discursiva de la “figura del gaucho” en las narrativas del comerciante inglés John Augustus B. Beaumont y del científico prusiano Hermann Burmeister. Analizaremos cómo su escritura funcionó como privilegiada matriz discursiva desde la cual aquéllos pudieron establecer su vinculación con la alteridad local y, por lo tanto, generaron efectos de sentido que se materializaron en la construcción de las distintas “figuras del otro” a las que dieron extensa cabida en sus producciones textuales.






I) Sobre las “figuras del otro”

A partir del “descubrimiento” de América por parte de Occidente aparece el problema del otro, exterior y lejano, que despierta una extrañeza radical. Uno de los intentos por analizar tal cuestión está constituida por la tipología de relaciones con el otro que diseña Tzvetan Todorov (Todorov, 2008). Estamos frente al descubrimiento que el yo hace del otro. Así, podemos considerar al otro (a ellos, los otros) como un grupo social al que (nosotros) no pertenecemos. Este autor delinea tres ejes para situar la problemática de la alteridad: en primer lugar, un plano axiológico (ligado al juicio de valor, al “amar”, dirá Todorov) según el cual el otro será “bueno o malo”, “igual o inferior”. El segundo plano es el praxeológico (acción de acercamiento o alejamiento en relación con el otro, plano del “conquistar” para el autor), según el cual se jugará la sumisión al otro (me identifico, adopto sus valores), la sumisión del otro (asimilo al otro a mí, le impongo mi imagen) o la neutralidad (indiferencia). Finalmente, el plano epistémico (conozco o ignoro la identidad del otro, es el “conocer”), que admite una gradación infinita, señala Todorov.
Al hablar de “figuras del otro”, lo hacemos como el resultado del proceso de la construcción discursiva del (sobre el) otro. Como señala Roland Barthes, dis-cursus es originalmente, “la acción de correr aquí y allá, son idas y venidas, ‘andanzas’, ‘intrigas’” (Barthes, 1993: 13), que este autor asigna al enamorado pero que nosotros adjudicaremos al viajero: similarmente a aquél, el viajero tampoco cesa de “emprender nuevas andanzas”, de verse envuelto en las “intrigas” que su itinerario le depara, de sortear peripecias –“catástrofes”- de las más variadas índoles, ni de crear figuras –que habitan el discurso amoroso, y que, decimos aquí, habitan los “discursos de (en) viaje”.
Es así que Barthes llama figuras a ciertos “retazos de discurso” y aclara que esta palabra debe entenderse “[…] más bien en sentido gimnástico o coreográfico; en suma, en el sentido griego: σχήμα no es el ‘esquema’; es, de una manera mucho más viva, el gesto del cuerpo sorprendido en acción, y no contemplado en reposo […]” (Barthes, 1993: 13).
Entendemos que las figuras, lejos de remitir a una completud , a una imagen acabada y estática (de allí la recuperación que hacemos del modo en que Barthes toma este término desde la tradición griega), dan cuenta de esos “retazos de discursos” (sobre el “otro”, en nuestro caso), de ciertas capturas de un “otro” siempre en movimiento, un “otro” sólo capturado –momentáneamente- en la violencia que los discursos de los viajeros ejercen sobre él al tratar de contornear en sus narrativas “lo que es posible inmovilizar en el cuerpo tenso” (Barthes, 1993: 13).
Avanzaremos en el análisis sin perder de vista, pues, que trabajaremos sobre configuraciones discursivas, sobre “figuras del otro” que más que re-presentarlo, es decir, antes que describirlo especularmente, más o menos distorsionada o fielmente, lo construirán discursivamente en el propio acto enunciativo-narrativo. Al decir de Michel de Certeau (de Certeau, 2006) estas “heterologías” (discursos sobre el otro) se materializarán como prácticas simbólicas, significativas, en un gesto a la vez de mito y rito escriturario. Ahora bien, al considerar a estas “figuras del otro”, como el resultado del proceso de la construcción discursiva del (sobre el) “otro”, lo hacemos entendiendo que aquéllas funcionarían como “la resultante de cierto número de ‘efectos descriptivos’ diseminados en el enunciado” (Hamon, 1991: 117), más precisamente, descripción de aspectos físicos, morales, psicológicos, espirituales, donde, decíamos, se pone en juego el vínculo constitutivo (y constituyente) entre quien describe (el viajero) y quien es descripto (el “otro”).

II) John Augustus B. Beaumont en la serie de los viajeros ingleses: otium post negotium[i]

La presencia de viajeros ingleses en nuestra provincia durante el siglo XIX puede rastrearse ya en los albores del mismo, especialmente a partir de la llamada “Revolución de Mayo”[ii]. Más allá de la paradigmática presencia de Charles Darwin, se torna relevante tomar en cuenta a otros viajeros ingleses que en los años siguientes a la independencia visitaron nuestras geografías, con propósitos variados. Entre estos viajeros ingleses podemos ubicar a: John Parish Robertson y su hermano William Parish Robertson[iii]; Woodbine Parish; John Augustus B. Beaumont; William Mac Cann y Thomas Woodbine Hinchliff.
Ahora bien, no obstante el componente connacional, podríamos ubicar al businessman John A. B. Beaumont (personaje paradigmático del viajero negociante, sobre quien nos detendremos) en una serie diferencial, específica, constituida por aquellos que llegaron al Río de la Plata con objetivos e intereses específicamente relacionados con la finalidad de hacer un reconocimiento de las condiciones socio-políticas para determinar así la viabilidad de establecer relaciones comerciales y negocios entre el Reino Unido de Gran Bretaña y las recientemente independizadas Provincias Unidas del Río de la Plata.
Podríamos, entonces, organizar una serie, que cabría definir como regulada por el negotium, a partir de los intereses fundamentalmente comerciales de sus viajes, con los siguientes personajes: los hermanos John Parish Robertson y William Parish Robertson, John A. B. Beaumont y William Mac Cann.
Nos centraremos aquí, como hemos anticipado, en la focalización que John A. B. Beaumont realiza de la “figura del gaucho” a partir de sus desplazamientos por estas tierras, cuestión que se liga a sus vinculaciones a la vez económicas y familiares: era hijo del filántropo John Thomas Barber Beaumont quien, relacionado a Bernardino Rivadavia, había traído para emprendimientos comerciales a los primeros colonos ingleses que llegaron en 1825 a las provincias de Buenos Aires y Entre Ríos, y que se establecieron en San Pedro, Belgrano, Santa Catalina, Chorroarín y Calera de Barquín.
Analizaremos, entonces, la “figura del gaucho” que a aparecen en su obra: Viaje por Buenos Aires, Entre Ríos y la Banda Oriental (1826-1827)[iv], para lo cual, primeramente nos resulta indispensable describir sucintamente la fuente y reponer sus condiciones de producción.

II.a) Beaumont y sus Viajes por Buenos Aires, Entre Ríos y la Banda Oriental (1826-1827)

El texto de Beaumont se publica en un momento fundamental del desarrollo de la economía capitalista, sin haberse llegado aún al primer tercio del siglo XIX (1828), en Londres, ciudad que en esos momentos se erigía como el centro financiero más importante del globo. Las recientes independencias de los países hoy llamados latinoamericanos habían abierto un amplio mercado para Gran Bretaña.
Integrante de un emprendimiento económico que tuvo por objetivo a la vez generar negocios e impulsar la inmigración europea al Río de la Plata, Beaumont encarnaba la misión de continuar con la empresa iniciada por su padre. Éste, según su hijo, se había visto atraído por la promoción que de las bondades de las regiones del Plata se venía realizado en el viejo continente (Beaumont, 1957: 142).
Esta lógica del negotium atravesará todo el relato de su viaje y determinará los criterios de inclusión/exclusión en su discurso (lo que se tematiza y lo que se omite) y qué caracterización realizará no sólo del territorio recorrido sino principalmente de los otros con los que se encuentra (la construcción que hará de ellos)[v] y cómo polémicamente se posicionará discursivamente frente a esto.
La llegada a esta “comarca remota” confronta al “arisco y combativo” comerciante inglés (Bagú, 1957: 12) con un escenario plagado de “inconvenientes” originados en “causas políticas y de orden moral” locales que justificarán y motivarán la publicación de la obra, tal como se evidencia en el Prefacio (Beaumont, 1957: 29).
La publicación de la obra de Beaumont, entendemos, busca claramente los efectos perlocutivos de efectivamente poner en aviso, esto es, que los comerciantes e inversores ingleses se den por advertidos sobre los riesgos de establecer negocios con las Provincias Unidas del Río de la Plata: “El asunto [la descripción del país y de sus habitantes], por desdicha, es escabroso y desagradable; pero a los europeos ha de interesarles esencialmente porque las invitaciones y promesas del gobierno a los capitalistas de aquí, y a los emigrantes, han sido en extremo halagüeñas. Sin embargo […] quienes confíen en ellas y obren según ellas, quedan expuestos a sufrir una cruel desilusión[vi]”. (Beaumont, 1957: 130).
Al comenzar a producirse los primeros fracasos en los negocios entre Gran Bretaña y las Provincias Unidas del Río de la Plata, no tardaron en aparecer en el mercado editorial londinense textos (libros y artículos periodísticos), “[…] de tono peyorativo y pesimista, concebido como advertencia a los inversores incautos.” (Bagú, 1957: 9). Es entre estos últimos donde se ubica la obra de Beaumont.
Se posiciona como un observador (atestigua lo que narra, ya que “el autor ha visto el país y los actos de su gobierno con sus propios ojos”) y como un enunciador[vii] veraz y confiable (cualidades que están garantizadas por su propia implicancia comercial con el país), portavoz de las reales condiciones y posibilidades que estas tierras brindaban a los potenciales inversores y colonos, así como de los peligros, obstáculos y perjuicios (de los que había sido objeto su propia empresa familiar en nuestras tierras: “[el autor] ha pagado a buen precio su experiencia”).
Experiencia, ejemplaridad y advertencia se implican y entrelazan en su trama discursiva: erige su propia experiencia en cuestión de negocios en nuestras tierras en ejemplar para advertir sobre los infortunios -por los que él ya pasó- a sus compatriotas. Y esta ejemplaridad se sostiene y fundamenta, justamente, en su propia experiencia (“El autor de estas páginas y algunos de sus amigos han sido víctimas de esta clase de exposiciones parciales”). Advierte así sobre el peligro de atender sólo a “las ventajas naturales y buenas condiciones que el país pueda poseer”, sin atender también, y fundamentalmente a “los obstáculos de carácter local, cualquiera sea su naturaleza”.

II.b) La “figura del gaucho” en los Viajes… de John A. B. Beaumont: negotium y etnocentrismo

La “figura del gaucho” aparece construida fundamentalmente a partir de la proposición de una jerarquía única de valores, en lo que refiere al plano del espíritu y cualidades morales (las estrictamente físicas son absolutamente omitidas). Esta figura funciona, para este viajero, como: “[…] la denominación general con la que se designa a la gente del campo en Sud América. Desde el rico estanciero […] hasta el pobre esclavo […] son llamados gauchos y se asemejan unos a otros por lo que respecta a su vestimenta y costumbres.” (Beaumont, 1957: 90).
La “figura del gaucho” aparece, asimilada al habitante rural, toma dimensión en oposición a los rasgos de los habitantes urbanos[viii]. Al definir de este modo al gaucho, la ausencia de valoración de las cualidades físicas podría entenderse debido al nivel de generalidad, amplitud e inclusión que alcanza esta figura (desde el estanciero europeo al criollo, y el peón, que puede ser mestizo). Beaumont aclara que: “[…] las clases acomodadas se distinguen en seguida por sus avíos de plata, cuchillo, espuelas, estribos, adornos de las riendas, etc., pero su alimentación en muy poco se diferencia de sus trabajadores o peones.” (Beaumont, 1957: 91).
Un aparte merece para este viajero la “figura del gaucho estanciero”, quien le merece una valoración ponderativa, que lo aproxima a una posición “positiva” en su cuadro valorativo, lo que entendemos tiene que ver no ya con la simple oposición, sino ahora con una valorización de lo urbano por sobre lo rural: “Algunos de los principales estancieros, sin embargo, tienen casas en las ciudades como las tienen en el campo; muchos de ellos son de maneras elegantes, renuncian a las prendas gauchas y se convierten en criollos gentlemen.” (Beaumont, 1957: 91).
Pero, tal como nos tiene acostumbrados nuestro viajero comerciante inglés, esta valoración “positiva” -desde su perspectiva-, dura poco, ya que inmediatamente reviste a la “figura del gaucho” de atributos morales que reprueba: “Sus necesidades [las de los gauchos, ‘tanto aquellos de clase baja como de condición más elevada’] son tan escasas, y pueden satisfacerse tan fácilmente, los empeños y ocupaciones de la vida les preocupa tan poco, y su vida y costumbres exigen gastos tan exiguos y están exentas de toda ostentación, rivalidad o competencia, que si no fuera por el juego, vicio que se extiende por todo el país, ellos no sabrían qué hacerse con el escaso dinero que reciben. En algunos lugares se hallan muy segados por la superstición y sumergidos en la ociosidad […]” (Beaumont, 1957: 91).
En definitiva, la “figura del gaucho” aparece cargada de atributos que podríamos sintetizar en: despreocupación, propensión al vicio, a la superstición y a la ociosidad. Queremos aquí apuntar que el ocioso, tradicionalmente aparece como “el que no se ocupa de cosa alguna” y al que se le opone “el hombre ocupado, hombre de negocios”[ix], de allí la oposición ocio / negocio. El negocio, nos aclara Roger Chartier, tiene dos sentidos que esclarecen su equivalencia con “ocupación”: “Por un lado, el negocio es ‘la ocupación de cosa particular’ que embaraza la mente o moviliza el cuerpo’; por otro, el negocio es el oficio, ‘la ocupación que cada uno tiene en su estado’ - lo que conduce a una definición despectiva del ocio […]” (Chartier, 2005: 134).
La ociosidad atribuida a la “figura del gaucho” se entiende, desde la mirada de Beaumont, a partir de su escasez de necesidades, de los “exiguos gastos” que requieren sus costumbres “exentas de toda ostentación, rivalidad o competencia” y de su despreocupación por “los empeños y necesidades de la vida” (las “ocupaciones”) que sí “movilizan” al “hombre de negocios inglés” (se rigen por lógicas distintas: uno, por la del otium; el otro, por la del negotium).
También que la “figura de las mujeres rurales” mereció también similares juicios condenatorios de este viajero en torno a sus muchas “horas vacías”, lo que les permitía pasar “el tiempo en descuidada ociosidad”, “fumando cigarros”, quedando así ubicadas en un estado de ociosidad que se vincula causalmente con el vicio. Una especie de “ociosidad pecadora” que según explica Chartier, se opone a “los bienes causados por el trabajo” (Chartier, 2005: 161). La inactividad, la desatención del trabajo, la desocupación, no pueden significarse para Beaumont sino de acuerdo con el refrán inglés: “Idle hands are the devil's tools” o "Idleness is the root of mischief[x], que puede hacerse equivaler al castellano: “La ociosidad es madre de todos los vicios”[xi].
Finalmente, Beaumont abandona su interés por la “figura del gaucho” concediéndole el atributo de la hospitalidad (y su despreocupación por el “costo” parece, al menos, asombrarle): “La hospitalidad del gaucho es muy amplia, y un viajero que atraviesa el país, puede detenerse en cualquier estancia del camino y compartir la mesa cordialmente con la familia, con muy poca ceremonia o preocupación por lo que ha de costarle, como si estuviera bebiendo un vaso de agua sacada de una bomba, a la orilla de una carretera en Inglaterra.” (Beaumont, 1957: 91).

II.c.) Hermann Burmeister: el viaje como mise en scène del deseo por la experiencia científica

El florecimiento de la “ciencia natural” que tuvo lugar en Europa -a partir de fines del siglo XVIII y fundamentalmente durante el XIX-, se irradiaría al resto del mundo occidental, y a nuestras geografías, más intensamente promediando ese último siglo para dar lugar a un “redescubrimiento” o “segundo descubrimiento” del territorio y de sus recursos naturales, con pretensiones científicas, pragmáticas y globalizantes. En estas latitudes fue ésta una tarea llevada adelante fundamentalmente por europeos que emprendieron numerosos y ambiciosos viajes de exploración científica, producto de la reconocida fascinación que el “Nuevo Mundo” ya ejercía para el pensamiento científico moderno desde el siglo XVIII (Cicerchia, 2005).
Es en ese contexto en el que se encuadran las exploraciones de Karl Hermann Konrad Burmeister, científico prusiano de ascendencia eslava, quien en reiterados viajes recorriera extensas regiones de la geografía sudamericana, con sus correspondientes retornos a Alemania, para finalmente radicarse en nuestro país.
Burmeister nació en Stralsund, el 15 de enero de 1807[xii]. En 1825, entró a la Universidad de Greifswald donde estableció buenas relaciones con los académicos Rosenthal, de Anatomía, y Hornschuch, de Historia Natural.
El 4 de noviembre de 1829 se graduó en la Universidad Real Prusiana de Halle, en la Facultad de Medicina, y el 9 de diciembre también en la Facultad de Filosofía. Es en relación con este itinerario de formación académica, que traemos el análisis de Arturo Andrés Roig, quien incluye a Hermann Burmeister entre los intelectuales europeos que llegaron al Río de la Plata luego de los acontecimientos políticos ocurridos en Francia en 1830, y lo inscribe en la vertiente del “espiritualismo”, así llamado por Juan Bautista Alberdi, movimiento que tiene sus raíces, en estas latitudes, en la Generación del ’37, pero que recién desde 1852 cobra mayor fuerza[xiii]: “Este espiritualismo era, además, ‘romanticismo’ en un más amplio sentido; tanto en su versión racionalista como en la que no se apartó del teísmo tradicional” (Roig, 2006: 11). Según este autor, la obra de Hermann Burmeister se encuadra en la “ciencia natural romántica” (Roig, 1972: 118), junto a la de Martin de Moussy.
En el año 1848 dejó en suspenso durante lo que sería un corto lapso su actividad exclusivamente científica, para participar activamente en la dirección política de su nación, “con la intención de ser útil al movimiento social que respondía a sus ideales.” (Burmeister, Carlos y Federico, 2008: 39).
Según Raffino, Hermann Burmeister “sostenía ideas políticas liberales y socialistas” (Raffino, 2008: 13). Horacio Tarcus le asigna “ideas nacionalistas de izquierda y de fuerte tono socialista (Tarcus, 2007: 176). Ahora bien, según testimonio directo de sus dos hijos menores, su filiación política era aún más radicalizada: éstos explicitan que “pertenecía a la extrema izquierda, que entonces se entendía por ultranacionalista con tendencia marcadamente socialista[xiv]” (Burmeister, Carlos y Federico, 2008: 40). Confirmando esto, el propio Burmeister se definía como miembro de la “extrema izquierda” (Burmeister, 1880: 30).
Es en este contexto sociopolítico que Burmeister fue elegido en 1849 diputado (Tarcus, 2007), por la ciudad de Liegnitz, a la Dieta de Frankfurt en la Primera Cámara Prusiana, y en ese mismo año asumió su banca. Su concepción política sobre las normas democráticas que debía contemplar la unificación de Alemania bajo el dominio parlamentario prusiano lo ubicó en un claro lugar de oposición y antagonismo al ideario monárquico y militarista liderado por Otto Eduard Leopold von Bismarck-Schönhausen, el futuro canciller conocido como Otto von Bismarck (Raffino, 2008).
Elegido en mayo Diputado del Landtag unificado prusiano de 1847, primer parlamento verdadero de la historia alemana, Bismarck se destacaba como adversario de las ideas liberales y detractor del parlamentarismo; la experiencia revolucionaria de 1848 radicalizó sus posturas reaccionarias.
Los sucesos político-militares que se venían desarrollando desde 1848 -y que pondrían a Prusia bajo el régimen imperialista- habían colocado al Dr. Burmeister en una “incómoda situación política para su ideología socialista en una Prusia inestable y dominada por el imperialismo de Bismarck” (Raffino, 2008: 12), incómoda situación política que se agudizaba por su filiación y concreta actuación política claramente opositora. Lo anterior, sumado a una “situación familiar desfavorable” (Raffino, 2008: 13), precipitaron la decisión de Burmeister de emprender un viaje. Será en 1850, entonces, cuando Burmeister logrará concretar su primera expedición a Sudamérica.
Tras 19 meses de estancia en Brasil, debió regresar a Alemania, forzado por la primera de las tragedias que signarían su vida: se había fracturado la pierna derecha el 2 de junio de 1851 en Lagoa Santa y, al soldar el hueso imperfectamente, quedó con la pierna lesionada más corta y una cojera que no lo abandonó por el resto de su vida.
Pero el regreso no fue apacible: “Las contrariedades que antes había sufrido en Alemania se renovaron”[xv] y nuevamente se sumaron “desavenencias domésticas” (Burmeister, Carlos y Federico, 2008: 40) agravadas, ahora, por su lesión. Todo inclinó una vez más la balanza para decidirlo a buscar fuera de Alemania tranquilidad, reposo y mejoría de su estado de salud, resentido por el gélido invierno alemán: “voy a Sudamérica a conocer el mundo tropical y recuperar mi salud[xvi]” (Burmeister, citado por Raffino, 2008: 13).
Se resolvió entonces por un nuevo viaje a la América del Sur, para principios del año 1856, con las provincias del Plata como destino. En Burmeister el viaje aparece siempre como posibilidad para el apaciguamiento del dolor del cuerpo y el desasosiego del espíritu, y además se convertirá, al hilo de lo anterior, y “ante todo” en la escena perfecta para el despliegue de su deseo por el conocimiento científico y por la praxis investigativa. Como señala Todorov, frecuentemente nos encontramos con un “espíritu crítico” (así en el caso de Burmeister) que precede y prepara el viaje (Todorov, 2003: 312-313).
Arribó a Buenos Aires el 31 de enero de 1857 (donde permaneció sólo siete días[xvii] -Burmeister, Carlos y Federico, 2008-). Poco después, emprendió el viaje por las provincias argentinas, relatado en Viajes por los Estados del Plata. En primer lugar, fue a Rosario, de ahí a Mendoza, luego a Entre Ríos. Permaneció un año en Paraná, entonces capital de la Confederación Argentina; llegó promediando mayo de 1858 y para el 1° de septiembre ya había adquirido una casa de campo sobre el río Paraná, donde moró durante nueve meses, hasta el 1° de junio de 1859, y continuó con su actividad científica. Al abandonar Paraná, el 12 de junio de aquel año, cruzó a Santa Fe, para seguir a Córdoba, Santiago del Estero y Tucumán. De Tucumán pasó a Catamarca, y dando por finalizado su viaje en la Argentina, cruzó la cordillera por el paso del Peñasco de Diego, en esa última provincia, se embarcó en Caldera (Chile), puerto de Copiapó, con destino a Panamá y de allí para Southampton, donde llegó el 12 de mayo de 1860. Una vez arribado a su tierra natal, retoma su cátedra de Zoología en la Universidad de Halle y “comienza a ordenar sus apuntes, tablas, planos y dibujos” (Raffino, 2008: 25), para dedicarse a la escritura de la obra Viaje por los Estados del Plata, íntegramente escrita a su regreso a Alemania, y que publica en Halle, en dos tomos, en 1861.

II.c.1) Viajes por los Estados del Plata: los (des)encuentros con la alteridad

El primer viaje a la Argentina de Hermann Burmeister se plasmará textualmente en la obra en la que a continuación nos detendremos[xviii] para analizar el despliegue de las “figuras del otro”, específicamente en la figura del gaucho”.
Discursivamente, la obra es compleja: se constituye en un formato discursivo en el que encontramos una particular combinación de enunciados propios del discurso científico (exhaustivas descripciones geognósticas, zoológicas, climatológicas, físicas y geográficas operando como punto de partida y corset de contención discursiva); un componente narrativo ineludible de toda “relación de viaje” y, en esa trama narrativa, la construcción discursiva de algunas “figuras del otro”. Estas “figuras del otro” pueblan, tal vez a su pesar, su relato, filtrándose a veces, otras intercalándose con las descripciones científicas de la geografía, la fauna, la flora, el suelo, el clima.
Burmeister no persigue el encuentro con los “otros”, se topa con ellos, inevitablemente, y a veces se (des)encuentra. Mientras viaja se detiene a observar la naturaleza, dibuja, mide, grafica, caza, clasifica y colecciona, y de repente: el “otro”. Ese “otro” al que puede que sienta lejano, pero al que (se) acerca, por necesidad, por curiosidad o por convicción de ideales; o por todas estas cosas a la vez.

II.c.2.) La excepción: acercamiento a la “figura del gaucho

Su viaje a través de las pampas, en su desplazamiento desde Rosario a Río Cuarto, camino a Mendoza, será el escenario de encuentro con la “figura del gaucho”. Y será aquí donde Burmeister, en franca excepción escritural, procederá a construir discursivamente esa figura detenidamente.
El escenario de encuentro, decíamos, las extensas pampas argentinas, aparece en Burmeister como un trazo geográfico –o una geografía escrita- en un todo de acuerdo con la descripción que asocia la percepción sensible de la extensión territorial de nuestra región central con la inabarcabilidad del océano y la enormidad de los mares, ligada a una larga tradición que puede rastrearse en los relatos de viaje al menos desde el siglo XVIII, desde Gervasoni y Paucke, hasta Humboldt y los viajeros ingleses de la primera mitad del XIX (Prieto, 2008). Mientras viaja en su carretón y reflexiona sobre su carácter general, sintetiza su descripción en unas pocas pinceladas: “[…] el vasto horizonte se esfuma en un azul violeta y exactamente como en el mar, nos rodea un campo visual circular, siempre equidistante, cuyo límite extremo, aún en su colorido, tiene semejanza al horizonte marino.” (Burmeister, 2008: 150).
Y en ese mar de las pampas, la figura del gaucho, personaje que tras la construcción aquí operada, continuará presente, aunque sólo siendo mencionado, a lo largo de todo su Viaje… El encuentro, el único quizás en el que Burmeister se propone efectivamente entrar en contacto con la alteridad (“Aquí donde me les aproximé por primera vez –Burmeister, 2008: 156), tiene lugar en una estación, donde sus acompañantes cambian los caballos, que consistía en una casa en medio del campo, llamada Pulpería del Estado, que funcionaba a la vez como almacén de provisiones y posta, y donde paran a descansar: “Dos grandes ombúes daban sombra al lugar, donde acampaban algunos gauchos con sus caballos al lado. Me dirigí a ese sitio, acercándome sin temor a esa gente, lo que tuvo por consecuencia, que uno de ellos mandara buscar enseguida una silla para mí, invitándome a sentarme.” (Burmeister, 2008: 155).
La pampa, el ombú, los gauchos y sus caballos (no se concibe al gaucho sin caballo): la escena argentina por excelencia, en la que “naturalmente” se engarza la figura del gaucho, se ofrece al lector de entrada; sólo falta el mate, que no tardará en incorporarse a esta estampa criolla, unos pocos párrafos más adelante. Burmeister se acerca “sin temor”, en gesto, según quiere hacernos notar, de desmantelar los prejuicios europeos sobre los que, explicita, se había tejido la figura del gaucho, tal como había llegado a sus oídos: “Me habían dicho repetidas veces que era arriesgado para un extranjero, sobre todo vestido con elegancia a la moda europea, alternar con los habitantes criollos de la condición más humilde, especialmente, me habían aconsejado no mostrar en esas ocasiones objetos de oro, y todavía al subir al carretón, me dijo un conocido: ‘¿Pero quiere Vd. realmente ir a la pampa con sus dos relojes de oro y sus correspondientes cadenas, que le cruzan el pecho?’. A lo que contesté, riendo: ‘¡Claro!’; ahora había llegado el momento de demostrar mi resolución. Saludé a los gauchos, tras sentarme en la silla ofrecida, y a la vista de todos miré la hora, como si quisiera comprobar cuánto tiempo habríamos andado. Naturalmente, ninguno de ellos se movió para quitarme el reloj ni la cadena; por el contrario, uno preguntó al instante qué hora sería, y con esto se inició una conversación; pronto se dieron cuenta, por mi modo de hablar, que era una jerga mitad español y mitad portugués, que se trataba de un gringo de pura cepa.” (Burmeister, 2008: 155).
Burmeister inicia así una re-construcción de la “figura del gaucho”, operación discursiva que llevará adelante liberándola, en el plano axiológico, de los atributos negativos que se le atribuían, lo que justificará, por su propia experiencia, desde el plano epistémico (ha logrado conocerlos): “Es muy injusto creer que los gauchos son hombres groseros y brutales o aún pensar que todos son salteadores y bandidos; muy lejos de esto, por el contrario, son más bien hombres que tienen dignidad y cierta caballerosidad […]” (Burmeister, 2008: 156).
A la vez, Burmeister genera, desde el plano praxeológico, una acción de acercamiento, que por momentos llega a parecerse –o al menos él pretende que así sea- a la identificación: “[…] ni en esta oportunidad ni más tarde en ninguno de los casos parecidos, he tenido jamás ocasión de quejarme del comportamiento de ningún gaucho. Siempre me he presentado con toda libertad y franqueza ante esta gente, como si fuera uno de ellos[xix], y en cambio me han tratado deferentemente como a un extranjero de distinción a quien se debe respeto, y me han demostrado tanta consideración en el trato que pronto tuve que alejar necesariamente todo temor, si lo hubiese tenido, para tornarlo en confianza.” (Burmeister, 2008: 155-156).
La “figura del gaucho” ofrece ciertas garantías y confianza a Burmeister: la de la posibilidad de ser él quien regule y controle este juego praxeológico de acercamientos y distancias, ya que reconoce en, o más bien asigna a la “figura del gaucho” la capacidad de mantenerse en su lugar (el lugar que Burmeister asume deben mantener, sin pasarse de la raya): “[…] advierten enseguida la superioridad y la reconocen en cualquier persona de mayor cultura y más alta posición social, que los trate decentemente.” (Burmeister, 2008: 156).
Claramente, el tratarlos “decentemente” opera como conditio sine qua non para que la “figura del gaucho”, tal como Burmeister nos la presente, se ajuste a esta economía de la relación, ya que, significativamente, reconoce “pasiones latentes” que podrían desestabilizar el pacto vincular implícito, si aquél no se encuentra al servicio de alguien “de mayor cultura y más alta posición  social”; el acercamiento es posible en tanto sea nuestro viajero –o un par equivalente- quien, con criterio de autoridad, regule la interacción: “No toleran el trato grosero y la pretenciosa arrogancia; esto despierta en ellos muy pronto pasiones latentes y aquel que pretenda tratar de arriba abajo a un gaucho, que no está a su servicio, puede estar seguro de escuchar su réplica con el mismo menosprecio.” (Burmeister, 2008: 156)[xx].
Y de este modo, a partir de cierta superioridad implícita que paradójicamente le permite plantear el despliegue de un vínculo desde la humildad (la humildad que le permite poner en juego su “superioridad”), es cómo Burmeister encuentra la clave para el acercamiento a la “figura del gaucho”: “Por mi parte, no trato nunca de ponerme de relieve frente al humilde, por eso siempre y en todas partes he sido tratado con respeto y consideración, y por eso también los gauchos fueron pronto mis amigos.” (Burmeister, 2008: 156).
Abandonando el plano de los atributos morales y espirituales, por retomar el modo de nominación para el análisis de Todorov (Todorov, 2003), el prusiano realiza un giro hacia una construcción discursiva de la “figura del gaucho” ahora en torno a su aspecto “exterior” (plano de los atributos físicos): “Aquí […] sería el momento de trazar un breve cuadro de su apariencia exterior. Son hombres que viven en el campo y ejecutan trabajos rurales y cualquier servicio campero; especialmente, se ocupan del cuidado y de la cría del ganado. Algunos, y no pocos, revelan en toda su fisonomía el legítimo tipo español, sólo son más trigueños o están más quemados que la gente del pueblo, debido a su constante permanencia a la intemperie. Otros son hijos mestizos de europeos con los aborígenes americanos o con negros, en todos los tonos del color; más de uno, pero no muchos, son descendientes puros de indios o de indias con negros.” (Burmeister, 2008: 156).
Nuevamente, como en el caso de Beaumont, aparece el atributo característico en la “figura del gaucho” de la vida a la intemperie; en el caso del inglés, en relación con sus atributos morales (incapacidad de un modo de vida “civilizado”, al interior del hogar), en el caso de Burmeister para justificar un rasgo físico (el tono más oscuro de la piel).
La “figura del gaucho” aparecerá aquí, como condensadora de todas las posibilidades étnicas (o “raciales”, a fin de no caer en anacronismos en relación con la perspectiva de la época) y sus combinaciones. Nuevamente, el contraste con el tratamiento hacia esta figura en relación con la construcción realizada por Beaumont nos permite avanzar en nuestra línea de interpretación. Si en el comerciante británico la “figura del gaucho” funcionaba como una figura “paraguas” para incluir a los pobladores rurales en oposición a la “figura del citadino”, en el naturalista alemán servirá, además, como muestrario clasificatorio de los posibles mestizajes: “[…] hay muchos mestizos, hijos de europeos y chinas, que revelan su sangre indígena por su cara ancha, más abultada cerca de las sienes, la nariz larga, algo curva y abajo ancha, los ojos chicos, el pelo duro y negro, cutis bronceado y una particularmente característica unión del final de las cejas con el cabello de la parte opuesta en el ángulo frontal, por medio de una serie de pelos finos junto a las sienes. Por su parte los descendientes de los negros o los mulatos son más fáciles de reconocer por su color más oscuro, su pelo más o menos rizado, en la nariz corta y ancha con ventanas muy abiertas y la boca grande, cuyos labios no son espesos ni de color rojo. Los zambos, mezcla de negros e indios, son más difíciles de identificar; no obstante, su color más morocho, la nariz ancha, la boca gruesa sin labios abultados y el pelo extrañamente hirsuto, a grandes ondas, son caracteres suficientes para guiar un ojo medianamente práctico.” (Burmeister, 2008: 156-157)[xxi].
Y Burmeister demuestra un ojo más que “medianamente práctico” para el establecimiento de los orígenes “raciales” de los “otros” a partir de los rasgos exteriores, cuestión que si bien queda un tanto diluida en el conjunto de su obra (sin el menor ánimo de atenuar las implicancias, más bien para señalar la diferencia con el caso de los Viajes… de Beaumont, donde es marcadamente estructurante de su mirada sobre la alteridad), no podemos dejar de señalar, en tanto razonamiento que descansa en el presupuesto de la existencia de las “razas” (Todorov, 2003: 116): “De la mezcla de todas estas uniones se producen otras derivaciones que, en parte, tienen un color muy claro y que llegan a ser tan irreconocibles, que no es fácil determinar su origen; pero el hábito de alternar con muchos mestizos enseñan pronto a hallar señales, que permiten interpolar hasta las más ocultas variantes raciales. Rara vez he necesitado mucho tiempo para establecer, por sus caracteres exteriores, el origen de una persona que he llegado a conocer.” (Burmeister, 2008: 157).
Finalmente, vemos que la “figura del gaucho” encuentra su antecedente, entonces, en las múltiples formas del mestizaje, sobre las que se encabalgan influencias españolas, y asoma pálidamente la antes mencionada oposición a las figuras citadinas: “De estas uniones proceden los antecesores de los gauchos, quienes, como la mayoría de los mestizos, prefieren la vida de campo a las residencias fijas en las aldeas y pueblos. Además heredaron de los soldados españoles el libre albedrío, la afición e inclinación militar, la disposición a ocuparse de los caballos y la aversión al rudo trabajo rural del agricultor. Así se formó la población campera de las provincias argentinas.” (Burmeister, 2008: 157).

III) Algunas consideraciones finales

En primer lugar, nos confrontamos con el discurso de John A. B. Beaumont, quien se posicionaba como un “observador”, referente para posibles inversores que requerían información respecto a los territorios del Plata y como un enunciador “veraz” de las posibilidades que estas tierras brindaban a los potenciales inversores y colonos. Su discurso, regido por la lógica del negotium, se organizó en función de la distancia, de la diferencia entre el “otro” que se le presenta como exterior. Beaumont se ubica en la cima de esta jerarquía, como europeo. Avanza construyendo la “figura del gaucho”, mirándola a través de este cristal etnocéntrico, que conlleva una descripción comparatista, en donde uno de los términos de la comparación (el que ubica en el lugar de la cultura europea –y más precisamente, inglesa) ocupa un lugar jerárquico por sobre el otro, se torna centro de su axiología y parámetro para la organización del cuadro evaluativo diseñado.
Diferente es el caso de Hermann Burmeister. Su discurso entreteje enunciados propios del discurso científico y un componente narrativo importante, en el que se traman algunas “figuras del otro”. Por momentos los siente lejanos, pero se acerca, por necesidad, por curiosidad o por convicción de ideales. No está en viaje para descubrir la alteridad y describir pueblos lejanos a sus compatriotas sino para desplegar su deseo por el conocimiento del “mundo natural”: topado con los “otros”, no tiene más salida que darles lugar en su discurso, cuestión aquí esbozada en torno a la construcción de la “figura del gaucho”, para finalmente hablar de sí mismo.

IV) Bibliografía y fuentes:
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-Chartier, Roger, 1994 (1992), El orden de los libros. Lectores, autores, bibliotecas en Europa entre los siglos XIV y XVIII, Barcelona: Gedisa.
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[i] El sintagma latino “Otium post negotium” puede expresarse en inglés como: “Bussines before pleasure” o “Work before play”, y podríamos hacerlo equivaler al proverbio castellano: “El deber antes que el placer” (o más literalmente, “El negocio antes que el ocio”). La lógica del negotium, como argumentaremos, será la que funcionará como rectora tanto del protocolo privilegiado de lectura como de escritura en este viajero.

[ii] Cabe señalar que en su estudio sobre los viajeros ingleses, Adolfo Prieto realiza un delicado análisis de su impronta en la emergencia de la literatura argentina (Prieto, 2003). Tampoco podemos dejar de traer a consideración el clásico trabajo de Trifilo (Trifilo, 1959).

[iii] Los hermanos Robertson eran, más precisamente, escoceses.

[iv] Sabemos por el sociólogo e historiador argentino Sergio Bagú que esta obra fue publicada por primera vez en castellano, en nuestro país, en 1957 por Hachette, gracias a la traducción de José Luis Busaniche. Hasta entonces, se habían traducido solamente algunos fragmentos y pasajes. Nuestro trabajo en el Ibero-Amerikanisches Institut zu Berlin (IAI) nos permitió acceder a un ejemplar de la edición original, cuestión excepcional, ya que, según señala Busaniche: “[…] el libro de Beaumont es uno de aquellos que pueden considerarse inhallables en el momento actual.” (Busaniche, en: Beaumont, 1957: 26). Y en palabras de Bagú: “[…] agotada por completo desde hace mucho en Europa y América, había pasado a constituir una verdadera rareza bibliográfica.” (Bagú, 1957: 11).

[v] Entre las “figuras del otro”, en su texto incluirá: los aborígenes, los criollos, el gaucho, el peón, el esclavo, el gobierno local.

[vi] Las cursivas son nuestras.

[vii] Nótese que en el Prefacio, Beaumont utiliza la tercera persona del singular (se refiere a sí mismo como “el autor”, al estilo de la época), pero a lo largo de su relato hay un desplazamiento, alternativamente, hacia la primera persona del singular, cuando apela a un registro enunciativo más experiencial (a su experiencia personal como hombre de negocios, claro; esto es, en relación con lo vivido en relación con los derroteros de la Rio de la Plata Agricultural Association) o hacia la primera persona del plural (un “nosotros, los ingleses” o “nosotros, los capitalistas –ingleses-”, según el caso, pero siempre funcionando como un nosotros excluyente –los que quedan excluidos de ese “nosotros” son los otros locales, obviamente).

[viii] Aquí coincidimos con Prieto en que en la obra de Beaumont “[…] la figura del gaucho […] se destaca, precisamente en función de los rasgos que lo separan de los prototipos urbanos […]” (Prieto, 2003: 67).

[ix] Tomamos tales definiciones de la genealogía que realiza el historiador de la cultura Roger Chartier en su trabajo: “Ocio y negocio en la Edad Moderna” (Chartier, 2005, pp. 133-165), donde apela, entre otras fuentes, al Tesoro de la lengua castellana o española, de Sebastián de Covarrubias y Orozco. (Véase: de Covarrubias y Orozco, 1995).

[x] Esta máxima puede rastrearse ya en The Canterbury Tales, de Geoffrey Chaucer.

[xi] Chartier refiere este refrán, en la tradición española, que aparece en el Diccionario de autoridades de la Real Academia Española, tomo V, 1737 (Véase: Real Academia Española, 2002).

[xii] Para este esbozo biográfico retomamos la información en: Burmeister, Carlos y Federico 2008; Raffino, 2008; Tognetti, 2008.

[xiii] Recuérdese que Hermann Burmeister arriba a las Provincias del Plata en 1857.

[xiv] Las cursivas son nuestras.

[xv] A pesar del carácter elíptico de este enunciado, en contexto entendemos que al regresar a Alemania tales “contrariedades” que se “renovaron” fueron de índole político.

[xvi] Las cursivas son nuestras.

[xvii] No hay que olvidar que por entonces la capital de la Confederación Argentina no era la ciudad de Buenos Aires, sino que tenía asiento en la ciudad de Paraná, Entre Ríos.

[xviii] Nos referimos a Reise durch die La Plata-Staaten, mit besonderer Rücksicht auf die physische Beshaffenheit und den Culturzustand del Argentinischen Republik, Ausgepührt in den Jahren 1857, 1858, 1859 und 1860, originalmente publicada en alemán, en Halle, en dos tomos, en 1861. La primera edición en castellano, apareció en Buenos Aires, en 1943, bajo el título Viaje por los Estados del Plata, con una tirada de sólo 200 ejemplares, lo que la torna virtualmente inhallable (y lo que impulsara la concreción de una nueva edición de la Academia Nacional de la Historia, en 2008, la cual tomamos). No obstante, pudimos acceder a la edición de 1943 que obra en el Ibero-Amerikanisches Institut zu Berlin, Alemania. Tal edición fue publicada por la Unión Germánica en la Argentina con la contribución de la Universidad Nacional de Tucumán y bajo los auspicios de la Sociedad Científica Argentina y la Sociedad de Estudios
Geográficos “Gaea”. La edición de 2008 fue publicada bajo el título: Viajes por los Estados del Plata, en dos tomos, editada por la Academia Nacional de la Historia y Union Académique Internationale (véase: Burmeister, 2008).

[xix] Las cursivas son nuestras.

[xx] Las cursivas son nuestras.

[xxi] Las cursivas son nuestras.

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